Ser uno solo, y en la misma dirección


"No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?" (2 Corintios 6:14).

Dios creó el matrimonio y por ende, la familia. En el corazón de Dios, la mujer es la ayuda idónea para el hombre, es un cuadro o figura de la iglesia y el hombre es la cabeza del matrimonio; es aquel que pone su vida por su esposa, así como Cristo puso su vida por la iglesia. Ambos roles no son simples ni sencillos, pero al haberlos establecido Dios, son preceptos que nos proveen de protección y nos dan bendición. Bajo la óptica humana, los mandamientos de Dios son restrictivos y limitantes, pero bajo la óptica divina y la experiencia cristiana, todo precepto o mandato de Dios nos brinda protección de consecuencias adversas y nos proporciona bendición.

El matrimonio es, en mi propia experiencia y en la de todo cristiano que ha buscado hacer la voluntad de Dios en el suyo propio, ¡el estado perfecto del hombre y de la mujer! Excepto para aquellos que han recibido el don de la continencia. Pero la experiencia del matrimonio bajo la bendición divina, con Cristo como centro de la relación, es algo que me gustaría que todo joven cristiano pudiera llegar a vivir, disfrutar, atesorar.

Dios dijo que el hombre “dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén 2:24) y se refiere en parte a la unión sexual, pues en esta se da una unión sentimental y emocional además de física, pero también hace alusión a que deberán llegar a mirarse como una extensión uno del otro y no necesariamente como personas con los mismos gustos y las mismas preferencias como si uno fuera el "clon" del otro. Las diferencias entre ambos, lejos de minar y gastar la relación, la enriquecerán. Dios desea que en el matrimonio haya unidad pues en Él hay unidad (un solo Dios en tres personas) y esta unidad es posible en Cristo.

Este “ser una sola carne” se llega a consumar en su totalidad, tal como Dios lo ha previsto, únicamente en los matrimonios en que ambos cónyuges, caminan hacia el mismo destino por el mismo camino (2 Corintios 6:14): hacia ser conformados a la imagen de Cristo caminando por el camino angosto.


Adaptado del artículo "Sexo, pudor y lágrimas (1): Evitando lágrimas de más" por David Franco; blog Dejado en el Tintero, 19 de abril de 2011.

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